LA PRINCESA

.....aunque está algo lejano, ahí va mi primer viaje al extranjero en moto, y las peripecias que sucedieron. La idea de hacerlo nació como todo en mí, no es algo que tenga que ir madurando sino que surge por chispazos.

Conocer Italia estaba presente desde hacia tiempo, recuerdo que cuando expresaba el deseo de viajar, mi pensamiento siempre me llevaba al mismo lugar. Son muchos los años que llevo recogiendo experiencias de moteros, personas que se aventuraban a conocer otros pueblos, impulsados por un deseo de descubrir otros sitios y sus gentes. Cada uno puede entender el viaje como algo suyo, desplazarte fuera del entorno habitual es algo que para mí debe de estar aderezado, de unos ingredientes que harán de un viaje una experiencia más duradera. Enfrentarte a lo desconocido, desenvolverte en lugares donde las personas ni hablan tu idioma, ni tienen las mismas costumbres, todo esto mezclado con un poco de locura pueden convertir la experiencia en algo más, que trasladarse de un sitio a otro, durante estos días ha habido un poco de todo eso.

Visitar Italia queramos o no, representa tomar contacto con nuestras raíces, redescubrir nuestra cultura, e impresionarnos a cada paso porque todo está pensado para el deleite y la admiración. Emprendí camino el Jueves Santo del año 1995, con una semana de anticipación había fijado el itinerario, que más tarde no variaría mucho en su realización. Con la “princesa” en ruta, la llamó así porque después de tantas jornadas se ha convertido en algo más que una moto. Estaba de suerte, buen tiempo y en poco más de dos horas llegaba a Balaguer con la intención de visitar a un amigo aproveché el descanso y dejé que mi compañera se enfriase. Enseguida me puse en camino, avivé la marcha ya que tenía la intención de cruzar lo antes posible los Pirineos. Al pasar por Bellver de la Cerdanya me vino a la memoria momentos del pasado, recordé las vacaciones que de niño había pasado en aquel lugar, sobre las cinco de la tarde llegaba a Perpignan, la jornada se había desarrollado tranquila, todavía me dejó con fuerzas para visitar la ciudad y comprar algunos recuerdos.

Viernes, 14 de abril, después de una refrescante ducha, desayuno en el mismo hotel que había pasado la noche. Emprendía con ganas el viaje ya que empezaba a rodar de verdad en suelo francés. Percibía la agradable sensación que combina curiosidad y placer, cada pueblo, cada ciudad, invitan a visitarlos encierran algo que no conoces y que no puedes perdértelo. Sete, Montpellier, Marsella, los kilómetros iban pasando, disponía de tiempo y en ningún momento tuve la intención de aumentar el ritmo. La primera jornada en tierras francesas fue una de las menos problemáticas, solo al final se cerró el cielo y durante cuarenta kilómetros una fina lluvia me acompañó hasta Toulon.

Sábado, el día se presenta limpio de nubes, busco la carretera del litoral por las calles de Toulon, enseguida me encontraba rodando sobre buen firme, con la mente puesta en el asfalto ya que las curvas eran lo habitual, las ganas de montar en moto eran muchas, sin darme cuenta villas y pueblos de la costa se iban quedando atrás. “Le Lavandou”, “Cavalier”, “Saint- Tropez”.....al llegar a Cannes se me complicaron las cosas, no siendo la única que vez que ocurriera, lo cierto es que es difícil conjugar lógica y diversión al mismo tiempo. Cuando te encuentras en una ciudad tan conocida insatisfacer el gusanillo de la curiosidad resulta difícil, me vi perdido entre aquellas calles, al final conseguí orientarme siempre empujado por la constante de seguir adelante. Con algo de lluvia pero todavía con suerte concluía la tercera jornada en Mentón. Aún recuerdo al simpático italiano que regentaba el hotel, se ofreció a facilitarme las cosas e hizo de intérprete en un parking donde descansó la princesa toda la noche.  

16 de abril, “Domingo Santo”, todo se presenta favorable, la lluvia había cesado y el cielo invitaba a rodar sin miedo, estaba con ganas de tragarme los kilómetros. Me encontraba a menos de tres kilómetros de la frontera italiana, el día de hoy tenía un sabor distinto, en poco más de cinco minutos me encontraba inmerso en las calles de Ventimiglia. Esta etapa se iba a mostrar como la más larga de todas y también la más angustiosa en su final. El camino hasta Génova bordeando la costa, San Remo, Alassio, Bordighera, Savona, discurría sin inconvenientes. Los problemas empezaron en Génova y mi obstinación en no circunvalar la ciudad, empleaba más de dos horas en atravesarla. La conducta que adoptaba durante el viaje cuando finalizaba las jornadas era siempre la de “continua un poco más”, eran las diez y media de la noche cuando me encontraba en La Spezia, de hotel en hotel, desesperándome una y otra vez todos estaban completos. Fueron momentos de nerviosismo e incertidumbre, hacia la media noche los temores desaparecieron, en un inglés de andar por casa, y gracias a la mediación del encargado de una pensión pude hacerme con una habitación, por la hora y la mala suerte que había tenido, me veía durmiendo al raso y con la moto por gabardina.

17 de abril (Carrara - Marina di Pisa). Quizá la etapa más corta del viaje, las ganas de tomarme las cosas con más calma, y el deseo de tener contacto con la gente me animaron a buscar un lugar cercano al mar, donde repasar los días anteriores y amenizar un poco el viaje con algo de compañía. Tras visitar Pisa y sus tres conjuntos arquitectónicos me instalé en Marina di Pisa, a orillas del Tirreno. Esta vez la providencia me hizo un guiño, el alojamiento tenía todo lo que necesitaba, habitación con balcón al mar, bien equipado y regentado por unos italianos de mediana edad de aire noble y reservado. Fue en este lugar donde aupé el nombre de mi tierra, comentando con aquellas gentes la final de la Recopa y del enfrentamiento del equipo del Real Zaragoza con el Arsenal inglés. El día siguiente lo pasé entre la habitación y la playa, tratando de recomponer todo lo ocurrido y distrayendo el tiempo leyendo.

19 de abril, amanece el día despejado y con fuerte aire, poco más de trescientos kilómetros me separan de Roma, ni el ánimo ni mi interés estaban afectados. Sobre las cinco de la tarde llegaba a la ciudad, inmerso en sus calles y tratando de orientarme en una urbe populosa y desconocida. Cansado de deambular y con la mente puesta en el mal trago de aquella noche de La Spezia, decidí poner punto final y me instalé en un hotel a poco más de cinco minutos del Vaticano. Fue una sensación de emoción y satisfacción a la vez, te sientes muy extraño cuando te encuentras en una plaza de tales proporciones, no querría caer en la repetición pero la Plaza de San Pedro impresiona la primera vez que la ves debido a su magnitud, no describiré detalles pero el contacto con ella te prepara para las emociones que te esperan en el interior. El baldaquino de Bernini, la estatua de San Pedro, las diferentes estatuas que flanquean el baldaquino, las proporciones de la Basílica, y la “Pietat”, son motivos más que suficientes para justificar un viaje de dos mil kilómetros en moto....allí donde amor, bondad, dolor, se unen para dar vida a una imagen que refleja como ninguna el sufrimiento materno por la perdida del hijo, y que rechaza comparaciones porque nunca nadie transmitió en piedra, la ternura y el calor humano como lo hizo Miguel Angel.

Por la tarde visité la Capilla Sixtina y los Museos Vaticanos, me encontraba algo cansado después de cenar algo me acosté temprano.

Al día siguiente tenía intención de terminar la jornada motera en Florencia, no sin antes subir a la Cúpula de San Pedro y divisar Roma. Desde allí se siente vértigo y una emoción contenida de gritar, la caminata de escaleras que acceden a la Cúpula bien merece un respiro, sabía que tenía que marcharme y aprovechaba con emoción esos últimos minutos. Después de una última visita me fui al hotel, recogí casi todo y me puse en camino, y digo “casi todo” porque no había recorrido treinta kilómetros cuando tuve que regresar. Había olvidado la cartera en la caja fuerte del hotel, no es que quiera justificarme pero para alguien sencillo como yo, eran demasiadas emociones. Tras el incidente estaba camino de Florencia, la carretera que une Viterbo con Siena relaja, te invita a contemplar el paisaje que te rodea. La Toscana es “verde”, extensiones de fértil suelo que combina amapolas y margaritas con fondo de cipreses. Disfrutaba del paisaje, aminoraba la velocidad, el clima y el entorno invitaban a ello. Visité Siena, tras un corto espacio de tiempo me puse en camino por la autovía que la une con Florencia. Eran las siete y media cuando atravesaba uno de los puentes que unen la parte antigua. Nada más llegar me informaron que la estación de autobuses, existía un servicio de información en el que previo pago te facilitaban habitación, así que me dirigí a la pensión. Lo que me encontré, resultó ser lo más anecdótico y bochornoso del viaje. La persiana estaba descolgada y arrancada, en el marco de la ventana había dos pichones, que insistentemente acudían en pos de la madre en busca de alimento, “la cama”, mejor no hablar, encendí un cigarrillo y decidí pasar la noche en el hotel de enfrente, a la mañana siguiente volvería para recuperar mi dinero. Permanecí dos días en Florencia, fueron intensos y breves, esta ciudad es un regalo para los ojos, la galería de los Ufizzi, Palacio Pitti, la Galería de la Academia, la Catedral, el Palacio Vecchio, dicen que al abandonarla un sentimiento de nostalgia y pena se apoderan de uno, no se hasta donde es eso cierto, si sentí una sensación de asombro y alegría, valgan estas palabras que apunté desde uno de los arcos de Ponte Vecchio, tratando de hacer valer mis emociones.

.....abrumado, asolado, ante tanta belleza, jamás me vi golpeado por impresiones artísticas tan intensas. Florencia invita a todo, la contemplación de lo más hermoso es posible en Florencia. La fatiga por el éxtasis se siente en Florencia, los recuerdos y los proyectos se transforman en algo vivo. Sentado sobre este puente me relajo y me dejo llevar por la imaginación, por la sutileza hecha belleza en una ciudad sin par, todo tiene su sitio en Florencia, que las imágenes y los recuerdos no sean efímeros y se dilaten en el tiempo para siempre.

          

         La mañana del 23 de abril partía de esta ciudad, con buena temperatura y un cielo gris, que presagiaba lo que más tarde iba a encontrarme. No había recorrido cincuenta kilómetros cuando advertí que el capital de liras no alcanzaba ni para gasolina. Me desvié de la autopista para salir en un pueblo llamado “Montecattini”, era domingo y con tan mala suerte que los dos cajeros de billetes estaban fuera de servicio. La situación que sobrevino resultó embarazosa y debido a la experiencia no guardo buen recuerdo de aquel pueblo. Mi aspecto de motero y la desconfianza que provoqué, retuvieron mi estancia más de lo que hubiera deseado. Recorrí bares, albergos, hoteles, y me hice entender, en ninguno de ellos me quisieron cambiar pesetas por liras, desesperado acudí a una patrulla de carabinieri, éstos me acompañaron por varias calles de aquel pueblo, sin mucho éxito aun con la ayuda de los policías me desesperaba una y otra vez. Ya solo y después de más de una hora de búsqueda, un vendedor de periódicos me sacó del apuro accediendo a cambiarme. Con las liras en la mano y el ánimo otra vez a tope, retomé la autopista con la intención de atravesar la frontera y dormir en suelo francés. La lluvia que hasta entonces me había respetado, hizo su aparición de forma torrencial cerca de Génova. Los túneles en esta zona de Italia son continuos, los acantilados y los viaductos impresionan, esto unido a un denso tráfico requiere mucha atención a la carretera. Las ganas de regresar y ver que iba avanzando eran muy superiores a los inconvenientes, a las siete de la tarde llegaba a Mentón, lugar en el que ya había pernoctado a la ida. Estaba satisfecho porque aun con dificultades había conseguido atravesar la frontera franco-italiana. Las dos jornadas que me esperaban fueron las más desagradables del viaje, no había recorrido cien kilómetros cuando la cortina de agua era tan fuerte que me impidió continuar. Me salí de la autopista en Frejus, refugiándome en el primer hotel que encontré, iba calado hasta los huesos. Todavía recuerdo la amabilidad de aquellos franceses, que tuvieron el gesto de encender la calefacción, para aquellos mi agradecimiento. A la mañana siguiente el cielo estaba cerrado, había cesado la lluvia y confié en que se mantendría así todo el día. No llovió con la intensidad del día anterior pero si lo suficiente para que una vez más acabara escurriendo la ropa. Los intentos de volver en tren desde Aix-provence, fueron inútiles, estabamos condenado a viajar juntos hasta el final, eran aproximadamente las nueve horas cuando llegaba a Bezairs, agotado, mojado, y con ganas de olvidar a la princesa por mucho tiempo. Esta localidad del sur de Francia se encuentra a unos ciento cincuenta kilómetros de Andorra, este dato influía en mi ánimo y con él la determinación que ese mismo día volvería a pisar territorio español. Con fuerte aire y sin agua partía hacia la frontera. Con la atención puesta en los carteles que indicaban Andorra, me alejaba del llano para adentrarme en los Pirineos, lo que al principio agradecí por la belleza del paisaje, luego lo habría de lamentar. Recorrí muchos kilómetros ascendiendo entre montañas, una por una fui atravesando todas las estaciones de esquí que encontraba a mi paso. Maldecí una y mil veces el frío que estaba pasando, y la poca suerte que estaba teniendo al final, unas por errores propios y otras por las inclemencias del tiempo. El color de la cara me debió de cambiar cuando llegué a Andorra, lucía el sol, aquella circunstancia acompañada de un buen filete de vaca hicieron que olvidase el mal trago pasado. No tenía intención de llegar a Zaragoza ese día, Balaguer se encuentra a una hora de Zaragoza, era más sensato dividir lo que restaba en dos jornadas. Me alegré de ver a Carlos, agradecí mucho una cara amiga. Solo restaban los ciento cuarenta kilómetros de Balaguer a Zaragoza, estaba satisfecho y con la fuerza de quien se sabe que la experiencia ha servido para crecer y conocerte mejor a ti mismo. Atrás quedaban los malos y buenos momentos, aunque seguramente estas palabras jamás tendrán mayor eco que los familiares y amigos que se presten a leerlo, querría terminar el relato mandando un saludo de afecto a aquellos que con su ayuda me sacaron de situaciones comprometidas, y en especial “ráfagas” a los que como yo se aventuran a darse y conocer otras gentes y lugares.

 

 

ABRIL 1995.

 

 
       
       
 
        LA PRINCESA